En los años 80, Bamako, la caótica capital de Mali, fue invadida por estas motocicletas de ruedas pequeñas, no idóneas precisamente para las maltrechas calles locales.
La máquina se convirtió en un símbolo de estatus para los habitantes de Bamako, e incluso algunos se endeudaban hasta el cuello para poder comprarla. Pero en el gran país del Sahel, a diferencia de Occidente, ahora sólo los nostálgicos, ya ancianos, trotan por las calles de la ciudad a bordo de sus fiables motonetas.
Han pasado más de 30 años desde que Piaggio, la compañía fabricante, decidió ampliar su mercado y aterrizó en Mali.
Transportaban las motos en barco hasta el puerto de Dakar, en el vecino Senegal, y de ahí en camiones hasta Mali. Como en todas partes del mundo, también aquí la Vespa tuvo un éxito rotundo.
Para los ciudadanos de Bamako fue amor a primera vista y, como manda la tradición, fueron los niños quienes la apodaron Fana bo-bara-ba.
"La parte trasera -explica Adama Traoré, mecánico especializado en estas motocicletas- tiene la misma forma que una hermosa mujer con las caderas anchas. Por eso los niños empezaron a llamarla Fana bo-bara-ba: Fana es un nombre de mujer; bo-bara-ba en bambara significa trasero grande”.
“A caballo entre los años 80 y 90 todo el mundo adoraba la Vespa. La llevaba la gente cool, estaba muy de moda. Incluso el expresidente Alpha Oumar Donare tenía una”, recuerda.
Hoy, sin embargo, la conducen solo los ancianos. Pero sigue siendo el medio más fiable que hay, no da nunca problemas si le dedicas la atención adecuada.
El taller de Traoré no es más que la sombra de un árbol al lado de una carretera muy transitada que conduce a la denominada rotonda del hipopótamo, que toma el nombre precisamente de una estatua gigante que hay del gran mamífero.
Traoré, de 64 años y con siete hijos, tiene solamente un destornillador de punta plana y una llave inglesa del 13, la medida de casi todas las clavijas de estas motocicletas.
Desde la mañana hasta la tarde le hacen compañía un grupo de cinco viejos amigos, todos jubilados y todos vespistas. Siguen con atención el trabajo que realiza Traoré en una moto naranja modelo 150 Sprint Veloce de 1979.
"Se llama Ninení -dice Traoré, mientras se seca el sudor de la frente-, que en bambara significa ratón. Le puse este nombre porque cuando la compré, a un anciano, tan pronto como quité el lateral donde se encuentra el motor salió un ratón que probablemente vivía ahí”.
“Se había comido todos los cables de la instalación eléctrica. Sin embargo, han hecho falta solo un par de puestas a punto y al quinto intento ha arrancado de golpe. Hacía 13 años que estaba parada. Tengo la intención de repararla y revenderla", añade.
Aunque está en muy mal estado de carrocería, en Europa un modelo como este podría costar incluso más de 80,000 pesos. En Mali cuesta sólo 2,000. Motor indestructible, buena estructura, buena apariencia y bajo consumo.
Sin embargo, en Mali el mercado de la marca -los modelos hasta principios de los años 90, ya que luego Piaggio acabó con las exportaciones- ha sido reemplazado por las omnipresentes Jakartas.
Con este término se designa a todos los scooters fabricados en China y de sub-marcas de Yamaha, KTM y Honda. Son ciclomotores muy ligeros con cuatro marchas y sin embrague que tienen un precio de venta de poco más de 6,000 pesos.
"Hay poco que hacer -dice lamentándose Cheikh Touré, de 62 años, un mecánico muy cualificado, mientras arregla una Px 150 E blanca de 1983-. Las Jakarta han arruinado la historia de las dos ruedas tanto en Mali como en África occidental”.
Dice que “en comparación con las Vespa, consumen la mitad del combustible, pero están hechas con material de baja calidad, todo plástico. Piensa que las Jakartas llegan desmontadas en una caja de madera tan ligera que incluso un niño puede levantarla. Se monta en menos de una hora. No hace falta ni decir que un objeto así no llega siquiera a acercarse al concepto de calidad".
Mamadou Coulibaly, un hombretón de 53 años, sonríe ante las palabras de Cheikh: "No hace nada más que repetir lo mismo todos los días". Son colegas desde hace más de 20 años. Su taller al aire libre se encuentra detrás de la vigiladísima embajada francesa.
Dada la baja rentabilidad de la reparación de este tipo de motocicletas, también realizan otras actividades, como la venta de abrigos y kimonos expuestos en una estructura de madera al lado de la carretera. O la venta en botellas de mezcla, es decir, el mix de gasolina y aceite de dos tiempos apropiado para las máquinas.
“Sólo con las Vespa no podemos comer -dice Mamadou-, y entre yo y Cheikh sumamos dos familias que alimentar. Por eso también nos dedicamos a lo otro. Pero nuestra verdadera pasión sigue siendo esta”
“Tenemos una clientela fiel, todas las personas mayores nunca abandonarían la Vespa por la Jakarta. Hacerlo sería como cambiar una amante hermosa y con buen corazón por una que sea todo piel y huesos y tenga maldad", indica.
Entre los clientes y los habituales del taller de Cheikh y Mamadou se encuentra Ibrahim Keita, de 68 años, un cartógrafo jubilado. Desde hace 23 años posee una Px 125 Arcobaleno, azul y blanca, cubierta con pegatinas con la inscripción 'Allas is one' y con mezclador automático, una rareza en esta tierra.
"No me muevo con ningún otro medio que no sea la Vespa -dice Ibrahim-. En todo este tiempo juntos, me ha dejado tirado muy pocas veces. Y esas pocas veces que pasó fue por culpa de piezas de recambio de baja calidad que se encuentran por aquí”.
Señala que “los recambios originales de Piaggio no llegan, y nos vemos obligados a recurrir a los de imitación, que son baratos pero a los pocos días se rompen. Pero ya se sabe, montar piezas de recambio chinas y nigerianas es como peinarse en la oscuridad: es difícil que acabes decente".
Los talleres de Bamako son comparables a los Vespa Club de estilo occidental. Un punto de encuentro para los apasionados del mundo de esta motocicleta, donde se habla de esto y lo otro, se bebe té, cada uno enseña la moto y de vez en cuando se organiza un viaje fuera de la ciudad.
En algunos de estos talleres también se ha preparado un rincón para el salat, las oración islámica canónica, con una alfombra dirigida hacia la Meca. Un lugar ideal para nostálgicos de una cierta edad que se niegan a aceptar una modernidad hecha de materiales destinados a durar poco y no pensados para ser cuidados.
Gadiaba Kodio, de 32 años, es diseñador. A partir de objetos pobres y muy comunes como un brasero o la llanta de una rueda hace lámparas, sillones, mesas de café y muchas cosas más. Gadiaba es el único joven de Bamako que tiene una Px 150 E con el bloque del motor de 200, que él mismo pintó de azul y amarillo.
"Cuando me cruzo a vespistas por la calle -ríe- bromean: ´Niño, la Vespa es para adultos´. Yo trabajo con todo tipo de materiales y sé reconocer cuando tengo un buen objeto en la mano. La mía no la he heredado de un pariente anciano, sino que la he comprado”.
“Y esto para mí significa muchos sacrificios económicos. Aquí la compra de una Vespa se suda. Con el éxito que tienen ahora las Jakartas en el mercado, quien reconoce el valor de esta marca y la tiene después de tantos años es porque le ha jurado fidelidad eterna, como se hace con la mujer amada".